Las dos grandes sensaciones del largo serial de San Isidro han sido dos toreros jóvenes y además manchegos. Tomás Rufo, de Talavera de la Reina, y Ángel Téllez, de Mora de Toledo. El cetro que parecía estar en Extremadura en los últimos años se mueve de sitio y se traslada hasta tierras toledanas. Confirmó Rufo y Téllez llegaba sin tan siquiera apoderado. Y fueron ellos quienes llegaron a salir por la puerta grande del coliseo venteño. Tocaron la gloria.
A pesar de ser el confirmante, Tomás Rufo venía con una gran
preparación y con mucho oficio acumulado. Lo ha disfrutado tanto como
novillero, el pasado año, como este con su triunfo en Sevilla. Rufo es un
privilegiado de los que nace uno a cada cincuenta años. Inteligente, valor como
para llenar dos catedrales y un sentido de temple y de los tiempos muy definido.
Tomás Rufo es el academicismo del toreo. El alumno aventajado. El que no
necesita de dos sesiones para entender donde los toros tiran para adelante. Un
torero que llega para entusiasmar a los aficionados. Además, Rufo parece no
tener miedo escénico. Se desenvuelve con una sorprendente tranquilidad en las
plazas grandes y con el toro con volumen. 
Ángel Téllez es el envés. O al menos a mí me lo parece. Se
le puede llegar a descubrir esa falta de oficio por no torear apenas. Por lo
tanto, su única condición para llegar a los tendidos es esa capacidad de sacrificio.
De mantenerle a los toros la muleta muy baja y de tener un innato sentido del
temple. Se recrea en los muletazos y se trae al toro muy por los adentros. Cumbre
fue un cambio de manos por la espalda y algunos pases de pecho sacándose al
toro por la hombrera contraria en la corrida del día 27 donde sobresalió a
pesar de estar acartelado con Urdiales y Talavante. Técnicamente no es Rufo,
pero reemplaza esta carencia por una torería y un empaque que eleva su
tauromaquia a una gran altura. 
Cada aficionado ya podrá escoger entre el academicismo de
Rufo o la disponibilidad de Téllez. Parece que llegan los tiempos de la llamada
‘Época dorada del toreo’ donde Joselito era la sapiencia y al solvencia frente
a Belmonte que representaba esa forma casi alocada de dejarse matar por los
toros. 




